miércoles, 23 de julio de 2014

Aquí mando yo

Shibari, doctrina sexual japonesa. 




No podrías moverte aunque quisieras. La cuerda te aprisiona los brazos por detrás de la espalda, inmovilizándolos uno junto al otro, encontrando anclajes en cada nudo de tres vueltas que divide los cordajes. Filigranas de pita que rozan en las muñecas, los antebrazos y hasta los hombros. Te escuecen los arañazos. Te duelen. Se arranca la piel cada vez que te mueves lo más mínimo, recordándote que no debes ni intentarlo.  

Separa aún más las rodillas; la serpiente te lacera las ingles con un simple tirón. Desde los tobillos hasta la cintura, cada pierna marca el recorrido de la desventura de tu excitación. Ésa que te provoca distinguir la sumisión. Ábrete. Más. Quiero ver tu sexo y saber que late acelerado por si ando cerca. Ojos vendados, manos detrás de la espalda junto a las nalgas de las que emergen tus piernas. Patas de araña que ahora se recogen con la cuerda y que te postran en esta posición. 

La que quiero y como quiero. Aquí mando yo. 

Ni siquiera tendré que rozarte. Bastará con que tense un poco la cuerda. Que tire de ella hacia mí, para que tú gimas de placer. Aunque te duela...Me costará distinguir semejante combinación cuando te retuerzas. ¿Qué es? Dímelo. Será un placer escucharte tratando de explicarme por qué te gusta tanto. Trata de justificar que no poder moverte te relaja; verbaliza como puedas que cada arañazo de esta soga te obliga a dejarte mecer a mi antojo, de puro sufrimiento. Sobre todo explícame por qué te gusta tanto.  

Debajo del corsé, los músculos lasos, relajados, tranquilos. Se desatan las contracturas de la espalda con cada arañazo del cordel por muy vasto que sea. Te abandonaste a esta tortura a la primera lazada. Con esa que nació como un rosetón juntando las correas que bajan desde el cuello para tensarse debajo de cada pecho. Solo con pasar el dedo por el borde de la cuerda me basta para que te venzas ante mí. Y eso que apenas la rozo. Sólo pensar que pudiera pasar esta soga por esa polea que tienes sobre la cabeza te parte en dos. 

Sí, claro que sí. Quieres que lo haga. 

Hacer de ti el cubo que sube cargado de agua desde lo más hondo de tu pozo. Suspender todo tu cuerpo en el vacío amarrado a esta maroma para que te horade la piel hasta hacerte gritar. Quiero que grites. No pararé hasta que no me lo supliques. 

Sin follarte. Para qué. Qué necesidad hay de banalizar este santo orgasmo. Si en cada jirón que has dejado en el cáñamo te has desprendido de todo lo que te aleja de mí, de lo que nos separa. De toda esa mierda que nos convierte en pareja pero no por eso en amantes. Yo sólo elijo amantes sin un rescoldo de infelicidad. Y la tuya se ha desprendido en cada tirón de la cuerda que aprisiona y lacera todo tu cuerpo. 

Siempre te dije que te daría todo lo que quisieras. 
Hoy ya sabes que además lo tendrás como más te gusta. 

De eso se trata. 

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