martes, 4 de septiembre de 2012

Nunca fuimos una generación para nadie





Yo siempre he sido muy de elegir la opción B. Sí, la inapropiada. La que te estallaba en la cara porque no podía ser otra. A ver si no de qué vas y te enrollas con el adjunto al profesor de Teoría de la Comunicación justo el año después de que te examine y cuando ya has aprobado la asignatura. Pues yo soy de esas. De las que se sienten una mujer Honky Tonk solo porque escucha ese tema la noche que le dicen que sus nódulos en el tiroides empiezan a volatilizarse. Uno engorda pero otros dos se piran. A Parla a mamarla. De las que les viene la regla cuando han quedado con el pirado de tuiter que le escribe guarradas en los mensajes privados. Y la ponen irremediablemente cachonda... 

De esas. 


Pedro Bravo debió de estudiar periodismo conmigo en la Facultad de CC. de la Infromación de la Complutense. Pertenezco a esa selecta promoción que tuvo que reinventase porque estábamos un pelín saturados de la ejemplaridad de la Movida. Que sí, que fue estupenda, pero qué pereza dais todos sus integrantes cuando aleccionáis con aquellas vivencias tan productivas. Tardamos más en conocer los beneplácitos de las drogas sintéticas, sí. Pero todos follamos en aquel parking los sábados de cursos enteros. Pedro Bravo debió follar lo suyo. Nunca conmigo, lo juro. 

Ni yo llamaba tanto la atención como para que se fijara en mí, ni él era lo suficientemente alto como para que yo me percatara de su existencia. Todos tenemos nuestros prejuicios y para mí los bajitos empezaron a existir cuando rondaba los 35.. ¡Antes ni muerta! Pero ambos hicimos más o menos lo mismo: creernos tan listos como para escapar de nuestros errores. Supeditar la cordura para que después pagáramos las consecuencias. Y a veces, con creces. Yo tuve un Rufino que me partió la cara y él debió de tener un Sandín que lo jodió vivo. Por eso aprendimos a sobrevivir a todo; siempre elegimos la opción B. 


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