sábado, 1 de septiembre de 2012

Vecinos




Me hubiera encantado poder seguir viviendo en el centro cuando nació mi hijo. Me gusta Madrid precisamente por esa fuente de anonimato que irradia, por esa insolencia perpetua que te da que todos te ignoren. Solo en ese momento puedes sentirte alguien, cuando nadie cree que lo eres. Nos cambiamos a una urbanización con 14 portales con 27 familias cada uno de esos portales porque no teníamos espacio y sobre todo porque la casa en la que vivimos nos sale bien barata y ésa es una de las ventajas de tener familia política. 

No contábamos con los vecinos, claro. No contábamos con que a más de uno y a más de dos, les íbamos a chirriar, porque no queda otra que dar dentera si no cumples los requisitos que exige esta nuestra comunidad. Cualquier guionista que se precie debería pasar una temporada en una de estas colmenas humanas. 

También me hubiera gustado que hubieran sido más originales. Ponerme a parir porque no bajo a la piscina o porque mi hijo va a un colegio público es demasiado fácil. Me gusta más cuando lo hacen porque me ven salir de mi casa con mis mejores tacones un martes a las 8 de la tarde y con intención de volver a las mil. Aunque mañana tenga que trabajar, que para eso no patino en ninguna de mis salidas. Pero claro, no me queda otra que darles la razón cuando se me presenta mi vecino Alberto, con sus dos hijos de corta edad y su mujer, para decirme que me retiran el saludo a mí y a los míos porque no soportan que sea tan ruidosa. 

Lo soy. Soy ruidosa. 


Estridente, gritona, visceral y pestiño seguro. Educada a rabiar, pero ruidosa. Y encima alquilada. Algo que se paga caro. Que dejé de bajar a la piscina el día que un respetable padre de familia soltó como el mayor de los insultos "un alquilado de mierda" al referirse al pobre chaval con el que comparte descansillo. ¿Su delito? Había llegado a las dos de la madrugada dándose besos con otro hombre. Y fijo que también fueron ruidosos. 

Pero claro, entiendo no cuadrar en la mentalidad de todos aquellos que juzgan, condenan y ajustician en mitad del patio de vecinos a todos aquellos que hacemos ruido viendo a nuestro equipo ganar, perder o empatar. Mucho más si encima nos cruzamos con ellos una mañana a la misma hora que ellos salen un domingo con sus hijos para ir a misa. 

Y así me crucé yo a Alberto nada más llegar a esta urbanización, a las 9 menos cuarto de la mañana, embarazadísima y con los labios tatuados de rojo puta. 



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